Hasta hace no mucho, me costaba entender qué era realmente el ego.
Me sonaba a palabra de libro de autoayuda. A algo intangible, teórico. Difícil de reconocer en la práctica.
No sabía cuándo estaba actuando desde el ego. Ni cómo diferenciaba mis decisiones auténticas de las reacciones condicionadas. Tampoco tenía claro qué significaba eso de “vivir desde el Ser”.
Pero estos últimos meses he estado profundizando mucho más en el crecimiento personal, con ganas reales de comprenderme y de crecer. Y si algo he entendido —desde la experiencia, no solo desde los libros— es que el ego está presente en casi todo lo que hacemos.
En cómo reaccionamos, en cómo nos relacionamos, en cómo nos defendemos, en cómo nos autoexigimos, incluso en cómo nos saboteamos.
No es algo ajeno a nosotras. Es parte del sistema operativo con el que fuimos criadas.
De esto te hablaré más a fondo en otro email, porque lo merece.
Pero hoy quiero contarte algo que pasó en un seminario de Borja Vilaseca al que asistí hace poco. Fue online, con unas 250 personas conectadas. Y de pronto, alguien levantó la mano para preguntar.
Era un chico llamado Miguel. Atractivo, seguro, con ese aire de confianza que solemos asociar a alguien que “tiene la vida resuelta”.
Y su pregunta me desmontó todos los prejuicios.
“Hola Borja. Quería preguntarte por la sensación de vacío.
Llevo días sintiendo un vacío muy profundo. ¿Esto es bueno o malo?”
Qué importante que alguien se atreva a nombrar eso.
Porque vivimos en una sociedad donde el vacío está mal visto.
Donde todo se basa en llenar, ocupar, entretener, avanzar.
Y cuando algo dentro de nosotras se apaga o se queda en silencio… lo llenamos enseguida con cualquier cosa: redes sociales, trabajo, comida, ruido, promesas externas de felicidad.
El vacío nos incomoda. Porque nos confronta.
Pero en muchas filosofías orientales, ese vacío no es una amenaza.
Es un portal.
Es un espacio fértil de transformación.
Es lo que aparece cuando por fin dejamos de huir de nosotras mismas.
El vacío es el silencio entre dos notas.
Es la pausa antes de un cambio.
Es un lugar incómodo, sí. Pero honesto.
Y quien tiene el valor de quedarse ahí, de no huir, de mirar adentro, suele encontrarse con algo profundamente valioso: consigo misma.
¿Cuántas personas sienten ese vacío cada día?
Gente que lo tiene “todo”: pareja, trabajo, hijos, casa, agenda llena…
Y aún así se sienten desconectadas, tristes, solas, sin sentido.
Vivimos una riqueza material que muchas veces esconde una pobreza emocional y espiritual.
Y cuando eso ocurre, hay dos caminos.
Hay quienes tapan el vacío. Lo anestesian. Lo niegan. Lo llenan de cosas. Consumo. Dopamina rápida. Mil planes. Mil excusas.
Y siguen buscando fuera lo que solo van a encontrar dentro.
Y hay quienes eligen quedarse.
Escuchar el silencio.
Mirar lo incómodo.
Desmontar la armadura.
Y ahí empieza el camino. No el cómodo. El real.
El otro día alguien escribió esto en el chat de Blue Bamboo:
“Buenos días compañeras. ¿Sabéis si hay alguna meditación o recurso sobre toma de decisiones? Últimamente tengo que tomar decisiones muy importantes y me está costando.”
Y me pareció una pregunta profundamente sabia.
Porque Montse no pedía una respuesta rápida, ni un consejo fácil.
Ella sabía —aunque quizá no de forma racional— que el lugar donde se encontraba la respuesta era en ella.
Y que necesitaba parar, bajar el ruido, dejar espacio… para escucharla.
Otra compañera le respondió algo precioso:
“Ayer estaba como tú. Hice una meditación cualquiera, creo que era la de Teté para momentos difíciles, y mi subconsciente me mostró imágenes que me ayudaron a decidirme. Solo tuve que seguir mi intuición.”
Esto es lo que pasa cuando te das espacio.
Cuando no huyes.
Cuando te atreves a mirar el vacío con compasión y presencia.
¿Y por qué tantas personas no lo hacen?
Porque duele.
Porque da miedo.
Porque vivimos entrenadas para correr, no para parar.
Para controlar, no para sentir.
Pero no hay crecimiento sin pausa.
No hay conexión contigo misma si no dejas de mirar afuera.
Entonces, ¿cómo se construye esa presencia?
¿Cómo se vive desde el Ser y no desde el ego?
Hay muchas formas, pero para mí, solo hay una que de verdad se sostiene en el tiempo (y que no me cansaré de repetirla): los hábitos.
La práctica constante.
El espacio para respirar.
El ritual de parar un momento cada día.
La elección de cuidarte aunque no tengas ganas.
Y ahí entra el yoga.
Ahí entra la meditación.
No como una moda. No como un objetivo físico.
Sino como una herramienta para reconectar contigo, con tu verdad, con tu calma.
Porque cuando haces yoga, cuando meditas, no estás solo estirando músculos o “poniéndote zen”.
Estás entrenando tu sistema nervioso para no reaccionar.
Estás bajando la voz del ego y subiendo la de tu intuición.
Estás aprendiendo a escucharte, a conocerte, a respetarte.
Para mí, es una forma de supervivencia emocional en un mundo que va demasiado rápido.
Así que si hoy te sientes vacía, triste, estancada o desconectada…
no lo tapes.
No huyas.
No lo tomes como un error.
Tómalo como una invitación.
El vacío no es tu enemigo.
Es tu maestro.
Y puede que justo ahí, dentro de ese espacio incómodo, esté la semilla de lo que llevas tiempo buscando.
Pero amiga, no solo vale con leer, escuchar podcasts y ser la persona que más saber sobre esto. Si no lo aplicas, si no te mueves, si no lo haces de verdad, no tendrá efecto. Nadie lo va a hacer por ti si no lo haces tu.
Feliz día.
:)
Paula.
PD: Gratis todo junio para unirte a la Tribu, a Blue Bamboo. Más fácil no te lo puedo poner. Ahora, eres tu quien ha de dar el paso. Puedes unirte aquí.
Gracias por este email tan lleno de verdad.
Tremenda reflexión, me ha llegado muy dentro.